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Bailando con el diablo – Cazadores Oscuros 6 (página 2)




Enviado por Maira Bordon



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Mike se dirigía hacia la cabina del piloto cuando
Zarek se dio vuelta para mirarlo.

-Oye, Mike -lo llamó, su voz sonó a
través de la fría quietud.

Mike se detuvo.

-Rumpelstiltskin -dijo antes de lanzar una granada
debajo del helicóptero.

Mike dejó escapar una apestosa maldición
mientras corría a través de la nieve tan
rápido como podía, tratando de alcanzar
algún refugio.

Por primera vez en un largo rato, Zarek sonrió al
ver al Escudero enojado y el sonido de la nieve crujiendo
ruidosamente bajo los apurados pasos de Mike.

El helicóptero explotó en el mismo
instante que Zarek alcanzaba su vehículo de nieve.
Pasó una larga pierna vestida en cuero sobre el asiento
negro y miró hacia atrás para ver cómo los
pedazos de metal, del helicóptero Sikorsky de
veintitrés millones de dólares, llovían
sobre la nieve.

Ahh, fuegos artificiales. Cómo le gustaban. La
vista era casi tan bella como la aurora boreal.

Mike todavía estaba maldiciendo y dando saltos,
como un niño enojado, mientras miraba su juguete hecho a
medida arder en llamas.

Zarek echó a andar el motor y condujo hacia Mike,
pero no antes de dejar caer otra granada para reventar el
cobertizo, impidiendo de esa forma que el Escudero la
usara.

Mientras el vehículo de nieve vibraba bajo
él, se bajó la bufanda lo suficiente a fin de que
Mike le pudiera entender cuándo le hablara. -El pueblo
está a unos seis kilómetros por ese camino -dijo,
señalando hacia el sur. Le lanzó a Mike un tubito
de vaselina. -Mantén los labios cubiertos para que no
sangren.

-Debería haberte matado -Mike
gruñó.

-Sí, deberías haberlo hecho -. Zarek se
cubrió la cara, y aceleró al máximo el
motor. -Ya que estamos, si das con lobos en el bosque, recuerda,
realmente son lobos y no Were-Hunters al acecho. Ellos viajan en
jaurías así que si escuchas a uno, hay más
detrás de él. Mi mejor consejo para eso es escalar
un árbol y esperar que se aburran antes de que un oso
venga y decida subir tras de ti.

Zarek hizo girar su máquina y se dirigió
hacia el nordeste donde su cabaña lo esperaba en el medio
de ciento veinte hectáreas de bosque.

Probablemente debería sentirse culpable por lo
que le había hecho a Mike, pero no lo hacía. El
Escudero sólo había aprendido una valiosa
lección. La próxima vez que Artemisa o Dionisio le
hicieran una oferta, él la tomaría.

Zarek rotó su muñeca, dando al
vehículo de nieve más potencia mientras corcoveaba
sobre el escabroso camino nevado. Aún tenía un
largo camino a casa y su tiempo se acababa.

El amanecer ya llegaba.

Maldición. Debería haber llevado a su Mach
Z. Era lustrosa y más rápida que el MX Z Rev en que
estaba ahora, pero mucho menos divertida.

Zarek tenía frío, estaba hambriento, y
cansado, y en una forma extraña todo lo que quería
hacer era regresar a las cosas que le eran familiares.

Si los otros Escuderos querían cazarlo, entonces
que así fuese. Al menos de esta manera él estaba
prevenido.

Y como el helicóptero y el cobertizo lo
demostraron, él ya estaba preparado de
antemano.

Si querían enfrentarlo, entonces les deseaba
suerte. Iban a necesitarla y también un montón de
refuerzos.

Esperando con ilusión el desafío, hizo
volar su máquina sobre el terreno congelado.

Faltaba poco para el amanecer cuando llegó a su
aislada cabaña. Más nieve había caído
bloqueando su puerta, mientras había estado ausente.
Deslizó el vehículo de nieve en un cobertizo
pequeño que estaba pegado a su cabaña y la
cubrió con una lona impermeable. Mientras enchufaba la
calefacción para el motor, se percató que no
había suficiente poder en la conexión ni para la MX
ni la Mach que estaba estacionada al lado. Gruñó
enojado. Maldición. Sin duda el motor del Mach se
había quebrado por las temperaturas bajo cero, y si no
tenía cuidado el motor de la MX también se
quebraría.

Zarek se apresuró a salir y comprobar los
generadores antes de que el sol se levantara sobre las colinas,
sólo para encontrar a ambos congelados y sin
funcionar.

Gruñó otra vez mientras golpeaba uno con
el puño.

Bien, eso en cuanto a comodidad. Parecía que hoy
iban a ser él y la pequeña estufa a leña. No
era la mejor fuente de calor, pero era lo mejor que iba a
obtener.

-Genial, simplemente genial -masculló. No era la
primera vez que se había visto forzado a tolerar dormir
con frío, en el piso de la cabaña. Sin duda no
sería la última vez.

Sólo parecía peor esta mañana
porque había pasado la última semana en el clima
templado de Nueva Orleáns. Había estado tan
cálido cuando estuvo allí que ni siquiera
había necesitado usar la calefacción.

Hombre, cómo extrañaba ese
lugar.

Sabiendo que su tiempo antes de la salida del sol era
críticamente pequeño, regresó con paso
pesado a su vehículo de nieve y envolvió el motor
con su parka, para ayudar a mantener el calor, tanto como
pudiera. Luego rescató su bolso del asiento y fue a
excavar frente a su puerta a fin de poder entrar en su
cabaña.

Se agachó rápidamente mientras atravesaba
la puerta y mantuvo la cabeza inclinada. El cielo raso era bajo,
tan bajo, que si se paraba derecho, la parte superior de la
cabeza lo rozaría, y si no estaba prestando
atención, el ventilador de techo, en medio del cuarto, le
decapitaría.

Pero el cielo raso bajo era necesario. El calor en el
corazón del invierno era una comodidad valiosa y lo
último que cualquiera querría era que se dispersara
bajo un cielo raso de 3 metros. Un cielo raso más bajo
significaba un lugar más caliente.

Sin mencionar que novecientos años atrás
cuando había sido desterrado aquí, no había
tenido mucho tiempo para construir su refugio. Pasando la noche
en una caverna durante la luz del día, había
trabajado en la cabaña durante la noche hasta que
finalmente había construido Hogar Asqueroso
Hogar[9]

Sí, era bueno estar de regreso.

Zarek dejó caer su bolsa de lona al lado de la
estufa a leña. Luego se volvió y colocó el
antiguo pestillo de madera dentro del hueco sobre la puerta para
atrancarla, y así mantener alejada a la fauna silvestre de
Alaska que algunas veces se aventuraba demasiado cerca de su
cabaña.

Andando a tientas a lo largo de la pared, tallada con
sus manos, encontró la linterna que pendía
allí y la pequeña caja de fósforos Lucifer
que estaba sujeta a ella. Si bien su vista de Cazador Oscuro
estaba diseñada para la noche, no podía ver en la
oscuridad total. Con la puerta cerrada, su cabaña estaba
sellada tan ajustadamente que ninguna luz en absoluto
podía penetrar las gruesas paredes de madera.

Una vez encendida la linterna, tembló de
frío en tanto se daba vuelta para mirar el interior de su
casa. Conocía cada centímetro del lugar
íntimamente. Cada estante de libros que revestía
las paredes, cada muesca tallada que la decoraba.

Él nunca había tenido muchos muebles. Dos
alacenas altas; una para su puñado de ropas y otra para su
comida. Había también una mesita para el televisor
y los estantes de libros, y eso era todo. Como un ex-esclavo
romano, Zarek no estaba acostumbrado a mucho.

Estaba tan frío adentro que podía ver su
respiración a través de la bufanda y cuando
miró alrededor del estrecho lugar, hizo una mueca a su
computadora y el televisor, los cuales tendrían que
descongelarse antes de poder usarlos.

Con tal que la humedad no los hubiera
alcanzado.

Reacio a preocuparse por eso, se dirigió a la
despensa de comida en la parte trasera donde no había
más que productos enlatados. Había aprendido hacia
mucho tiempo que si los osos y los lobos olían comida,
rápidamente le harían una visita no deseada. No
tenía ganas de matarlos sólo porque estaban
hambrientos y eran estúpidos.

Zarek agarró una lata de carne de cerdo con
frijoles y su abrelatas, y se sentó en el piso. Mike se
había rehusado a alimentarlo durante el viaje de trece
horas de Nueva Orleáns a Fairbanks. Mike había
afirmado que no quería arriesgarse a exponer a Zarek a la
luz del sol para alimentarlo.

En realidad, el Escudero era un idiota, y el hambre no
era algo nuevo para Zarek.

-Ah, grandioso -masculló cuando abrió la
lata y encontró los frijoles sólidamente congelados
adentro. Consideró en sacar el pica hielo, pero
cambió de idea. No estaba tan hambriento para que un
helado de carne de cerdo y frijoles le atrajera.

Suspiró con repugnancia, luego abrió la
puerta y lanzó la lata tan lejos en el bosque como
pudo.

Cerrando de un golpe la puerta antes de que la luz del
amanecer se filtrara, Zarek buscó en su bolsa hasta que
encontró su teléfono celular, el reproductor de
MP3, y la laptop. Colocó el teléfono y el
reproductor en sus pantalones a fin de que el calor del cuerpo
evitara que se congelaran. Luego dejó a un lado su laptop
hasta que pudiera encender la estufa a leña.

Fue a la esquina frente a la estufa y agarró un
manojo de figurillas de madera talladas, que había
amontonado allí y las colocó adentro de la
estufa.

Tan pronto como abrió la pequeña puerta de
hierro, hizo una pausa.

Había un visón diminuto en el interior con
tres recién nacidos. La madre, enojada al ser perturbada,
siseó una advertencia para él mientras se miraban a
los ojos.

Zarek siseó en respuesta.

Hombre, no creo esto -refunfuñó Zarek
coléricamente.

El visón debía haber entrado por el tubo
de la estufa y haberse mudado cuando él se había
ido. Probablemente habría estado todavía
cálida cuando la encontró y la estufa era un lugar
extremadamente seguro como cubil.

-Lo mínimo que podrías haber hecho era
traer unos cincuenta de tus amigos contigo. Y así yo
podría usar un abrigo nuevo.

Ella le mostró sus dientes.

Zarek exasperado, cerró la puerta y
devolvió el montón a la esquina. Era un
imbécil, pero ni siquiera él los echaría.
Siendo inmortal, sobreviviría el frío. La madre y
las crías no lo harían.

Recogió su laptop y la colocó dentro de su
abrigo cerrado para conservarla caliente y se fue a la esquina
lejana donde estaba su jergón. Mientras se acostaba,
pensó en irse a dormir bajo tierra en donde estaba
más caliente, pero entonces, ¿Para qué
molestarse?

Tendría que mover la estufa para alcanzar su
sótano escondido y eso sólo contrariaría a
la mamá visón otra vez.

En esta época del año la luz del
día era corta. Sólo serían unas cuantas
horas más hasta la puesta de sol, y él estaba
más que acostumbrado a su páramo
congelado.

Tan pronto como pudiera, iría al pueblo a comprar
suministros y un generador nuevo. Jalando las colchas y las
pieles sobre él, exhaló un suspiro largo y
cansado.

Zarek cerró los ojos y dejó que su mente
vagara sobre los acontecimientos de la semana pasada.

-Gracias, Zarek.

Él rechinó los dientes mientras recordaba
la cara de Sunshine Runningwolf. Sus grandes ojos café
oscuros eran increíblemente seductores y ella estaba muy
lejos del tipo de modelo flaca que la mayoría de los
hombres preferían; tenía un cuerpo exuberante,
curvilíneo que lo había puesto duro con sólo
estar cerca de ella.

Hombre, debería haber tomado un mordisco de su
cuello cuando había tenido la oportunidad. Todavía
no estaba seguro por qué no había saboreado su
sangre. Sin duda lo habría mantenido caliente, aún
ahora.

Oh, pues bien. Debía apuntarlo como otro
arrepentimiento, total él tenía una lista infinita
de ellos.

Sus pensamientos regresaron a ella…

Sunshine había aparecido inesperadamente en su
casa de Nueva Orleáns mientras había estado
esperando que Nick lo llevara al sitio de aterrizaje para
irse.

Su pelo negro estaba trenzado y sus ojos café
habían mostrado una amistad que nunca antes había
visto cuando alguien lo miraba.

-No puedo quedarme por mucho tiempo. No quiero que Talon
se despierte y encuentre que me he ido, pero antes de que te
vayas debía agradecerte lo que hiciste por
nosotros.

Él todavía no sabía por qué
los había ayudado a ella y a Talon. Por qué
había desafiado a Dionisio y había peleado contra
el dios cuando éste había tratado de destruirlos a
ambos.

Por su felicidad, se había consignado a sí
mismo a morir.

Pero mientras la miraba ayer, había parecido que,
en cierta forma, había valido la pena.

Y mientras dejaba que el sueño lo alcanzara, se
preguntaba si todavía pensaría que valió la
pena cuando los Escuderos encontraran su cabaña y la
quemaran hasta los cimientos con él en su
interior..

Resopló ante el pensamiento. ¿Qué
diablos? Al menos estaría caliente unos pocos minutos
antes de morir.

Zarek no estaba seguro cuánto tiempo había
dormido. Cuando se despertó, estaba oscuro otra
vez.

Esperaba que no hubiera sido por mucho tiempo ya que su
vehículo de nieve corría la posibilidad de
congelarse. Si lo hacía, entonces sería una
fría y larga caminata al pueblo.

Se dio vuelta y arrugó la cara de dolor.
Había estado descansando sobre su laptop. Sin mencionar el
teléfono y reproductor de MP3 que estaban mordiendo algo
mucho más incómodo.

Temblando en contra del frío glacial, se
obligó a sí mismo a levantarse y agarrar otra parka
de su armario. Una vez que estuvo vestido para el clima,
salió a su garaje provisional. Puso la laptop, el
teléfono, y reproductor de MP3 en su mochila y la
lanzó sobre sus hombros, luego montó el
vehículo y desenvolvió el motor.

Afortunadamente arrancó en el primer intento.
¡Aleluya! Tal vez su suerte estaba cambiando después
de todo. Nadie lo había tostado mientras dormía y
realmente tenía suficiente combustible para llegar a
Fairbanks donde podía obtener alguna comida caliente y
deshelarse por unos minutos.

Agradecido por los pequeños favores, se
dirigió a través de su tierra, dobló al sur
para el largo, accidentado viaje que lo llevaría a la
civilización.

No le importaba. Estaba malditamente agradecido que
ahora hubiera una civilización a dónde
dirigirse.

Zarek llegó a la ciudad poco después de
las seis.

Estacionó su vehículo en la casa de Sharon
Parker, que estaba a una corta distancia del centro del pueblo.
Había conocido a la ex-camarera diez años
atrás cuando la había encontrado en el interior de
su coche averiado, tarde en la noche, a un costado de una calle
secundaria que raramente era usada en el Polo Norte.

Había estado próximo a sesenta grados bajo
cero y ella había estado llorando, acurrucada bajo mantas,
asustada de que ella y su bebé murieran antes de que le
llegara algún tipo de ayuda. Su hija de siete meses estaba
enferma de asma y Sharon había estado tratando de llevarla
al hospital para tratarla, pero habían rechazado su
ingreso ya que ella no tenía seguro social ni dinero para
pagar.

Le habían dado indicaciones de cómo llegar
a una clínica de caridad y se había perdido
mientras trataba de encontrarla.

Zarek los había llevado de regreso al hospital y
había pagado por el cuidado del bebé. Mientras
esperaban, había averiguado que Sharon había sido
desalojada de su departamento y que no podía cubrir los
gastos con lo que ella ganaba.

Así es que le había ofrecido a Sharon un
negocio. A cambio de una casa, el coche, y el dinero, ella le
proveía de alguien amigable para hablar cuando fuera que
él viniera a Fairbanks, y una pocas comidas caseras o
sobras cocinadas, lo que fuere que ella tuviera en ese
momento.

Lo mejor de todo, era que en el verano cuando él
estaba completamente encerrado dentro de su cabaña durante
las veintitrés horas y medias de luz del día, ella
pasaba por la oficina de correos o la tienda y le traía
libros y suministros y los dejaba fuera de su puerta.

Había sido el mejor trato que alguna vez
había hecho.

Ella nunca le había preguntado nada personal, ni
aún cuando él no dejaba su cabaña en los
meses de verano. Sin duda estaba demasiado agradecida de tener su
apoyo financiero para preocuparse por sus actitudes
excéntricas.

A cambio, Zarek nunca había tomado su sangre o le
había preguntado a ella algo personal. Eran simplemente
empleador y empleada.

-¿Zarek?

Él levantó la vista del bloque caliente
que estaba enchufando en su vehículo de nieve, para verla
sacar la cabeza por la puerta principal de su casa estilo rancho.
Su pelo castaño oscuro estaba más corto que un mes
atrás cuando él la había visto por
última vez, ahora tenía un corte desmechado que se
mecía sobre sus hombros.

Alta, delgada, y sumamente atractiva, estaba vestida con
un suéter negro y jeans. Cualquier otro tipo a estas
fechas, probablemente ya habría hecho una movida con ella,
y una noche, cuatro años atrás, ella había
insinuado que si alguna vez quisiese algo más
íntimo, ella gustosamente se lo daría, pero Zarek
se había rehusado.

A él no le gustaba que las personas se acercaran
demasiado, y las mujeres tenían una horrorosa tendencia de
mirar al sexo como algo muy significativo.

Él no. El sexo era sexo. Era básico y
animal. Algo que el cuerpo necesitaba como necesitaba comida.
Pero un tipo no tenía que ofrecer una cita a un bistec
antes de comerlo.

¿Entonces por qué las mujeres necesitaban
un testamento de afecto antes de abrir sus piernas?

Él no lo entendía.

Y nunca se involucraría con Sharon. El sexo con
ella sería una complicación que no
necesitaba.

-¿Zarek, eres tú?

Bajó la bufanda de su cara y respondió a
gritos. -Sí, soy yo.

-¿Entras?

-Regresaré en un momento. Tengo que ir a comprar
unas pocas cosas.

Ella asintió con la cabeza, luego regresó
adentro y cerró la puerta.

Zarek caminó calle abajo hacia la tienda. El
almacén general de Frank tenía de todo. Lo mejor es
que tenía una gran variedad de artículos
electrónicos y generadores. Desafortunadamente, no
podría usar la tienda por mucho tiempo. Él
había sido un cliente regular por acerca de quince
años, y aunque Frank era un poco torpe, había
empezado a notar el hecho que Zarek no había envejecido en
todo este tiempo.

Tarde o temprano, Sharon lo notaría
también y tendría que dejar su único
contacto con el mundo mortal.

Ese era el gran inconveniente de la inmortalidad.
Él no se atrevía a rondar por ahí mucho
tiempo más o se enterarían quién y
qué era él. Y a diferencia de otros Cazadores
Oscuros, cada vez que había pedido a un Escudero que le
sirviese y protegiese su identidad, el Concejo se lo había
negado.

Parecía que su reputación era tal que
nadie quería la obligación de ayudarlo.

Bien. Nunca había necesitado a nadie, de
cualquier manera.

Zarek entró en la tienda y se tomó un
minuto para sacarse los lentes y guantes y desabotonarse el
abrigo. Escuchó a Frank conversando con uno de sus
empleados en la parte de atrás.

-Ahora presta atención, chico. Es un hombre
extraño, pero mejor sé amable con él,
¿me escuchas? Gasta una tonelada de dinero en esta tienda
y a mí no me importa qué tan espeluznante se ve, tu
sé simpático.

Lo dos salieron de atrás. Frank se paró en
seco para clavar los ojos en él.

Zarek le devolvió la mirada. Frank estaba
acostumbrado a verle con una barba de chivo o con barba, su
pendiente de espadas cruzadas, y la garra de plata que llevaba
puesta en su mano izquierda. Tres cosas que Acheron le
había ordenado abandonar en Nueva
Orleáns.

Sabia cómo se veía sin barba y lo odiaba.
Pero al menos no tenía que mirarse en un espejo. Los
Dark-Hunters sólo podían reflejarse cuando
querían.

Zarek nunca había querido.

El hombre mayor sonrió con una sonrisa que era
más costumbre que amistosa y caminó hacia
él. Si bien la gente de Fairbanks era en extremo amigable,
la mayoría de ellos todavía tendían a dejar
un espacio alrededor de Zarek.

Tenía ese efecto en las personas.

-¿Qué puedo ofrecerte hoy?
-preguntó Frank.

Zarek recorrió con la mirada al adolescente,
quien lo miraba curiosamente.

-Necesito un generador nuevo.

Frank respiró entre dientes y Zarek esperó
lo que sabía vendría. -Podría haber un
problema.

Frank siempre decía eso. No importaba lo que
Zarek necesitara, iba a ser un problema obtenerlo, por lo tanto
tendría que pagar más dólares por
él.

Frank se rascó los bigotes grises de su cara
barbuda. -Sólo tengo uno y se supone que debe ser
entregado a los Wallabys mañana.

Síp, correcto.

Zarek estaba demasiado cansado para jugar al regateo con
Frank esta noche. En este punto, estaba dispuesto a pagar
cualquier cosa por recuperar la electricidad dentro de su casa.
-Si me dejas tenerlo, hay seis grandes extras para ti.

Frank frunció el ceño y continuó
rascando su barba. -Ahora bien, hay otro problema. Los Wallabys
lo estarán esperando ansiosamente.

-Diez grandes, Frank, y otros dos si lo puedes llevar a
casa de Sharon dentro de una hora.

Frank resplandeció. -Tony, ya escuchaste al
hombre, carga su generador en este momento -. Los ojos del viejo
eran claros y casi amigables. -¿Necesitas alguna otra
cosa?

Zarek negó con la cabeza y
salió.

Se abrió paso hacia lo de Sharon e hizo lo mejor
que pudo por ignorar los latigazos del viento.

Golpeó la puerta antes de empujarla con el hombro
para abrirla y entrar. Por raro que pareciera, la sala de estar
estaba vacía. A esta vez hora de la noche, la hija de
Sharon, Trixie usualmente corría de un lado a otro,
jugando y gritando como un demonio o haciendo una tarea bajo
extrema protesta. Ni siquiera la oía en la parte de
atrás.

Por un segundo, pensó que tal vez los Escuderos
lo habían encontrado, pero eso era ridículo. Nadie
sabía de Sharon. Zarek no se llevaba exactamente bien con
el Concejo de Escuderos u otros Cazadores Oscuros.

-¿Oye, Sharon? -llamó. -¿Esta todo
bien?

Ella caminó lentamente desde la cocina.
-Regresaste.

Un mal presentimiento le sobrevino. Algo no estaba bien.
Lo podía sentir. Ella parecía nerviosa.

-Sí. ¿Sucede algo? ¿No
interrumpí una cita o algo, no?

Y luego lo oyó. Era el sonido de un hombre
respirando, de pisadas fuertes dejando la cocina.

El hombre vino andando por el vestíbulo, con una
forma lenta y metódica de caminar, como un depredador
tomándose su tiempo para situar el paisaje mientras
pacientemente observaba a su presa.

Zarek frunció el ceño ante el hombre que
se detenía en el vestíbulo detrás de Sharon.
Parado era sólo tres centímetros más bajo
que Zarek, tenía el pelo oscuro largo, atado en una cola
de caballo y traía puesto un pañuelo al estilo de
las novelas del Oeste. Había un aura mortal alrededor del
hombre y tan pronto como sus ojos se cruzaron, Zarek supo que
había sido traicionado.

Éste era otro Cazador Oscuro.

Y solo había uno de los miles de Cazadores
Oscuros que sabían de Sharon y él…

Zarek maldijo su estupidez.

El Cazador Oscuro inclinó su cabeza hacia
él. -Z -pronunció arrastrando las palabras
pesadamente en un acento sureño que Zarek conocía
demasiado bien. -Tú y yo tenemos que hablar.

Zarek no podía respirar mientras clavaba los ojos
en Sharon y Sundown a la vez. Sundown era la única persona
en quien él alguna vez se había confiado en sus dos
mil años de vida.

Y sabía por qué Sundown estaba
aquí.

Sólo Sundown conocía a Zarek.
Conocía los lugares que frecuentaba y sus
hábitos.

¿Quién mejor para seguirle la pista y
matarle que su mejor amigo?

-¿Hablar sobre qué? -preguntó
bruscamente, entrecerrando los ojos.

Sundown se movió delante de Sharon como para
protegerla. Que él pensase por un instante, que Zarek la
amenazaría, le dolió más que
nada.

-Pienso que sabes por qué estoy aquí,
Z.

Sí, lo sabía bien. Sabía
exactamente lo que Sundown quería de él. Una muerte
agradable, rápida a fin de que Sundown pudiera reportar a
Artemisa y Acheron que todo estaba bien otra vez en el mundo, y
luego el vaquero regresaría a su casa en Reno.

Pero Zarek había ido dócilmente, una vez,
a su ejecución. Esta vez, tenía la intención
de luchar por su vida, como fuese.

-Olvídalo, Jess -dijo él, usando el nombre
real de Sundown.

Se dio vuelta y corrió hacia la
puerta.

Zarek logró regresar al jardín antes de
que Sundown lo atrapara y jalara para detenerlo. Él
dejó al descubierto sus colmillos, pero Jess no
pareció notarlo.

Zarek le dio un duro puñetazo en el
estómago. Fue un golpe poderoso que hizo que Jess se
tambaleara hacia atrás y puso de rodillas a Zarek. Siempre
que un Cazador Oscuro atacaba a otro, el Cazador Oscuro que
atacaba sentía el golpe diez veces peor que el que lo
recibía. Había una única forma de evitar
esto, que Artemisa levantara su prohibición. Solo esperaba
que no se la hubiera levantado a Jess.

Zarek luchó por respirar ante el dolor y se
forzó a sí mismo a pararse. A diferencia de Jess,
el dolor físico era algo a lo que estaba
habituado.

Pero antes de poder alejarse vio a Mike y a otros tres
Escuderos en las sombras. Caminaban hacia ellos con pasos
determinados que decían que estaban armados para el
Cazador Oscuro.

-Déjenmelo a mí -ordenó
Sundown.

Lo ignoraron y siguieron avanzando.

Dándose vuelta, Zarek se dirigió hacia su
vehículo de nieve sólo para encontrar el motor
hecho pedazos. Obviamente habían estado ocupados mientras
estaba en lo de Frank.

Maldita sea. ¿Cómo pudo ser tan
estúpido?

Ellos debían haber destruido sus generadores para
obligarlo a ir al pueblo. Le habían hecho salir del bosque
como cazadores con un animal salvaje.

Bien. Si querían cazar a un animal, entonces
él lo sería.

Estiró su brazo con la mano abierta y usó
su telequinesia para derribar a los Escuderos.

Sin querer lastimarse otra vez, Zarek esquivo a Jess y
corrió hacia el pueblo.

No alcanzó a llegar muy lejos cuando más
Escuderos aparecieron y abrieron fuego sobre
él.

Las balas atravesaron su cuerpo, haciendo tiras su piel.
Zarek siseó y se tambaleó ante el dolor.

Aún así, continuó
corriendo.

No tenía alternativa.

Si se quedaba quieto, entonces lo desmembrarían,
y aunque su vida apestaba en serio, no tenía
intención de convertirse en una Sombra. Ni les
daría la satisfacción de haberlo matado.

Zarek rodeó el costado de un edificio.

Algo duro lo golpeó en su centro.

La agonía explotó a través de
él mientras era lanzado patas arriba sobre la tierra.
Terminó de espalda en la nieve sin poder
respirar.

Una sombra con ojos fríos, despiadados se
movía y lo vigilaba.

De por lo menos dos metros diez centímetros, el
hombre era dueño de una perfección masculina
sobrenatural. Tenía pálidos cabellos rubios y ojos
oscuros, y cuando sonrió, reveló el mismo par de
colmillos de Zarek.

-¿Qué eres? -preguntó Zarek,
sabiendo que el desconocido no era un Daimon o un Apolita, si
bien se parecía a uno.

-Soy Thanatos, Cazador Oscuro -dijo en griego
clásico, usando el nombre que significaba "muerte" -y
estoy aquí para matarte.

Agarró a Zarek de su abrigo y lo tiró
contra un edificio lejano como si no fuera nada más que
una muñeca de trapo.

Zarek golpeó la dura pared y se deslizó
hacia la calle. Su cuerpo estaba tan lastimado que sus
extremidades se estremecieron mientras trataba de gatear lejos de
la bestia.

Zarek se detuvo. -No moriré de esta forma otra
vez -gruñó. No sobre su estómago como un
animal asustado esperando su muerte.

Como un esclavo sin valor siendo golpeado.

Con su cuerpo fortificado por la furia, se forzó
a sí mismo a ponerse de pie y se dio media vuelta para
enfrentar a Thanatos.

La criatura sonrió. -La columna vertebral.
Cómo me gusta. Pero no tanto como me gusta chupar la
médula de ella.

Zarek atrapó su brazo mientras lo trataba de
alcanzar.

-¿Sabes lo que amo? -Zarek rompió el brazo
de la criatura y lo agarró del cuello. -El sonido de un
Daimon exhalando su último aliento.

Thanatos se rió. El sonido era
diabólico y frío.

-No puedes matarme, Cazador Oscuro. Soy
aún más inmortal que tu.

Zarek boqueó mientras el brazo de Thanatos
cicatrizaba instantáneamente.

-¿Qué eres? -preguntó Zarek otra
vez.

-Te lo dije. Soy La Muerte y nadie puede derrotar o
escapar de La Muerte.

Oh, mierda. Estaba jodido ahora.

Pero estaba lejos de estar derrotado. La Muerte
podía llevarlo, pero el bastardo iba a tener que trabajar
para ello.

-Sabes -dijo Zarek, cayendo en la calma surrealista que
le había permitido, cuando era un niño, sobrevivir
a las innumerables palizas. -Apuesto que la mayoría de la
gente caga sus pantalones cuando dices esa línea.
¿Pero sabes qué,
Señor-quiero-ser-espeluznante-y-estoy-fallando-miserablemente?
No soy una persona. Soy un Cazador Oscuro y en el gran esquema de
las cosas, no significas ni una mierda para mí.

Él concentró todos sus poderes en su mano,
luego dio un golpe poderoso directamente al plexo solar de
Thanatos. La criatura voló hacia atrás.

-Ahora puedo sentarme aquí y jugar contigo -.
Envió otro golpe asombroso a Thanatos. -Pero más
bien prefiero sacarnos a ambos de nuestras miserias.

Antes de que pudiera golpear otra vez, una
explosión de escopeta lo golpeó directamente en la
espalda. Zarek sintió la metralla atravesándolo
rasgándole su cuerpo, evitando por poco al
corazón.

Las sirenas de la policía sonaron a lo
lejos.

Thanatos lo agarró por la garganta y lo
levantó hasta que él se vio forzado a estar sobre
las puntas del pie. -Mejor aún, ¿por qué no
te saco de las tuyas?

Luchando por respirar, Zarek sonrió
desagradablemente mientras sentía un hilo de sangre
correrle por la esquina de los labios. El sabor metálico
de eso impregnó su boca. Estaba herido, pero no
atemorizado.

Sonriendo sarcástico al Daimon, golpeó al
bastardo con la rodilla en sus joyas.

El Daimon se encogió. Zarek empezó a
correr otra vez, lejos del Daimon, los Escuderos y los
policías, sólo que no era tan rápido como
solía hacerlo.

El dolor hacía que su vista estuviera borrosa y
mientras más corría más se
lastimaba.

La agonía de su cuerpo era
insoportable.

En ninguna de todas las palizas que había
recibido cuando niño lo habían herido tanto. No
sabía cómo lograba continuar. Sólo una parte
de él se rehusaba a caerse y dejarlos tenerle.

No estaba seguro cuando los perdió, o tal vez
estaban justo detrás de él. Zarek no podía
saberlo debido al zumbido en sus oídos.

Desorientado, desaceleró, tropezando hacia
adelante hasta que no pudo ir más lejos.

Cayó en la nieve.

Zarek yació allí esperando a los
demás para agarrarlo. Esperando a Thanatos para terminar
lo que habían empezado, pero como los segundos hicieron
tictac, se percató que se debía haber escapado de
ellos.

Aliviado, trató de levantarse.

No podía. Su cuerpo no cooperaba más. Lo
único que podía hacer era gatear hacia delante, un
metro más, donde divisaba una gran casa tipo cabaña
frente a él.

Se veía cálida y acogedora y en el fondo
de su mente estaba el pensamiento que si podía llegar a la
puerta la persona adentro lo podría ayudar.

Se rió amargamente ante el
pensamiento.

Nadie nunca lo había ayudado.

Ni siquiera una vez.

No, éste era su destino. No tenía sentido
oponerse a él, y en verdad, estaba cansado de luchar solo
en el mundo.

Cerrando los ojos, soltó un largo, trabajoso
respiro y esperó lo que era inevitable.

Capítulo 3

Astrid estaba sentada en el borde de la cama mientras
comprobaba las heridas de su "invitado". Hacía cuatro
días que él yacía inconsciente en su cama,
mientras ella velaba por él.

Los apretados músculos bajo sus manos eran firmes
y fuertes, pero no los podía ver.

Ella no lo podía ver.

Perdía su vista cuando era enviada a juzgar a
alguien. Los ojos podían engañar. Juzgaban las
cosas muy diferente de los otros sentidos.

Astrid siempre debía ser imparcial si bien por el
momento no se sentía verdaderamente así.

¿Cuántas veces había ido con el
corazón abierto sólo para ser
engañada?

El peor caso había sido Miles. Un Cazador Oscuro
descarriado, había sido encantador y divertido. La
había deslumbrado con su vivacidad y su habilidad para
hacer de todo un juego. Cada vez que había tratado de
empujarlo a sus límites, él había tomado a
risa sus pruebas y había demostrado ser bueno para
todo.

Él había parecido el hombre perfecto,
equilibrado.

Por un tiempo, se había imaginado enamorada de
él.

Al final, había tratado de matarla. Había
sido completamente amoral y cruel. Frío. Insensible. La
única persona que podía amar era a sí mismo,
y aunque que no era nada más que escoria, en su mente,
él había sido calumniado por el género
humano, así que estaba bien que hiciera lo que quisiera
con ellos.

Y ese era el problema más grande de Astrid con
los Cazadores Oscuros. Ellos eran humanos que usualmente eran
reclutados de las cloacas. Azotados por los otros desde el
nacimiento hasta la muerte, eran hostiles con el mundo. Artemisa
nunca tomó eso en consideración cuándo los
convirtió. Todo lo que quería era un soldado bajo
las órdenes de Acheron. Una vez que eran creados, Artemisa
se lavaba las manos y los dejaba para que otros los monitorearan
y mantuvieran.

Al menos hasta que cruzaban cualquier línea que
Artemisa hubiese trazado. Entonces la diosa se apuraba para que
fueran juzgados y ajusticiados, y aunque no lo pudiera probar,
Astrid sospechaba que Artemisa sólo seguía el
protocolo para evitar que Acheron se enojara con ella.

Así que Astrid había sido llamada
múltiples veces durante los siglos para encontrar alguna
razón que les permitiera a los Cazadores Oscuro
vivir.

Ella nunca la encontró. Ni siquiera una vez. Cada
vez que había juzgado habían sido peligrosos y
toscos. Una amenaza que amenazaba a la humanidad más que
los Daimons que perseguían.

La justicia del Olimpo no operaba como la justicia
humana. No había suposición de inocencia. En el
Olimpo, una vez que se era inculpado, el acusado debía
probar que era digno de compasión.

Nadie alguna vez la tuvo.

El que más cerca había estado alguna vez a
la clemencia de Astrid, había sido Miles, y mira
cómo había resultado. La aterrorizaba pensar
qué tan cerca había estado de juzgarle inocente y
luego dejarlo suelto otra vez en el mundo.

Esa experiencia había colmado la medida para
ella. Desde entonces, se había separado de todo el
mundo.

No dejaría que la belleza de un hombre o el
encanto la hechizaran otra vez. Su trabajo ahora era llegar al
corazón de este hombre que estaba en su cama.

Artemisa había dicho que Zarek no tenía
corazón en absoluto. Acheron no había dicho nada.
Sólo le había echado una mirada penetrante que
decía que él dependía de ella para hacer lo
correcto.

¿Pero qué era correcto?

-Despiértate, Zarek -murmuró ella.
-Sólo te quedan diez días para salvarte.

Zarek se despertó con un dolor que era
indescriptible, lo que dado sus antecedentes brutales como chivo
expiatorio y esclavo era difícil de creer. Especialmente
desde que siendo un ser humano el dolor había sido la
única certeza en su vida.

Su cabeza le latía, cambió de
posición, esperando sentir nieve fría y tierra
debajo de él. En lugar de eso, estaba encendido de tanto
calor que sentía.

Estoy muerto, pensó
sardónicamente.

Ni siquiera sus sueños, lo habían hecho
sentir alguna vez así de caliente.

Aún mientras parpadeaba abriendo los,
atisbó un fuego ardiendo en una chimenea y una
montaña de mantas sobre él, se percató que
estaba muy vivo y acostado en el dormitorio de alguna
persona.

Miró alrededor del cuarto, el cual estaba
decorado en tonos tierra: rosados pálidos, tostados,
marrones, y verde oscuro. Las paredes de la cabaña de
troncos eran de calidad superior, lo que denotaba que alguien
quería la apariencia de una cabaña rústica,
pero que tenía bastante dinero para asegurarse que
estuviera adecuadamente resguardada del frío y que fuese
acogedora, y no tuviera corrientes de aire.

Su cama era una cara reproducción de hierro de
las camas grandes del fin del siglo diecinueve. A su izquierda
había una mesa de luz pequeña donde había
una jarra y una jofaina pasadas de moda.

Quienquiera que poseía este lugar estaba
cargado.

Zarek odiaba a las personas
adineradas.

-¿Sasha?

Zarek frunció el ceño ante la voz suave y
melódica. La voz de una mujer. Ella estaba en el
vestíbulo, en otro cuarto, pero él realmente no
podía precisar su posición a través del
dolor en su cráneo.

Escuchó un suave quejido canino.

-Oh, deja eso –la mujer regañó con un
tierno tono. -Realmente no quería lastimar tus
sentimientos, ¿Lo hice?

El ceño fruncido de Zarek se hizo más
profundo mientras trataba de poner sentido a lo que había
ocurrido. Jess y los demás le estaban cazando y recordaba
haberse derrumbado delante de una casa.

Alguien de la casa debía haberlo encontrado y
arrastrado adentro, aunque no podía imaginar por
qué alguien se había tomado la molestia.

No es que tuviese importancia. Jess y Thanatos
estarían tras él, y no necesitarían llevar a
un científico espacial para saber en dónde estaba,
especialmente con toda la sangre que había estado
perdiendo mientras corría. Sin duda, había una
huella dirigida directo a la puerta de esta
cabaña.

Lo que significaba que debía salir de aquí
lo antes posible. Jess no haría nada para lastimar a
aquellos que lo hubieran ayudado, pero no se podía decir
lo que Thanatos era capaz de hacer.

En su mente pasaron las imágenes de un pueblo
ardiendo. La horrible vista de personas yaciendo
muertas…

Zarek se sobresaltó ante el recuerdo,
preguntándose por que lo perseguía
ahora.

Decidió, que era un recordatorio de lo que
él era capaz, y un recordatorio del porque tenia
que escaparse de aquí. No quería lastimar a nadie
que hubiera sido amable con él.

No otra vez.

Obligándose a olvidar el dolor de su cuerpo, se
sentó lentamente.

El perro, instantáneamente, entró
corriendo en su cuarto.

Sólo que no era un perro, se percató
mientras se detenía ante la cama y le
gruñía. Era un gran lobo blanco americano. Uno que
parecía odiarle.

-Aléjate, Scooby -él chasqueó. -Me
he hecho botas de lobos más grandes y malos que
tu.

El lobo dejó al descubierto sus dientes como si
entendiera sus palabras y le desafiara a que lo
probara.

-¿Sasha?

Zarek se congeló cuando una mujer apareció
en la puerta.

Maldición…

Ella era increíble. Su largo cabello rubio era
del color de la miel, y caía en ondas suaves alrededor de
sus delgados hombros. Su piel era pálida, con mejillas
sonrosadas y labios que obviamente habían sido protegidos
muy cuidadosamente, del clima rudo de Alaska. Medía cerca
de un metro ochenta y vestía un suéter blanco
tejido a mano y jeans.

Sus ojos eran de un azul muy pálido. Tan claros
que a primera vista, eran casi incoloros. Y mientras entraba en
el cuarto, con sus manos extendidas, avanzando lenta y
metódicamente, tratando de localizar al lobo, él se
dio cuenta de que estaba completamente ciega.

El lobo le ladró dos veces a él, luego se
volvió y fue con su dueña.

-Ahí estas -murmuró ella,
arrodillándose para acariciarlo. -No deberías
ladrar, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.

-Estoy despierto y estoy seguro que es por eso que
está ladrando.

Ella volteó su cabeza hacia él como si
tratara de verle. -Lo siento. No tenemos mucha
compañía y Sasha tiende a ser un poco antisocial
con desconocidos.

-Créeme, conozco el sentimiento.

Ella caminó hacia la cama, otra vez con su mano
extendida. -¿Cómo te sientes? -preguntó,
palmeando su hombro mientras lo localizaba.

Zarek se encogió ante la sensación de su
mano caliente en su carne. Era tierna. Ardiente. E hizo que una
parte ajena a él doliese. Pero lo peor de todo, hizo que
su ingle se endureciera. Fuertemente.

Nunca había podido aguantar a alguien
tocándolo.

-Preferiría que no hicieras eso.

-¿Hacer qué? -preguntó.

-Tocarme.

Ella se echó para atrás lentamente y
parpadeó metódicamente como si fuera más un
hábito que un reflejo. -Veo al tacto -dijo ella
suavemente. -Si no te toco, entonces estoy completamente
ciega.

-Bien, todos tenemos problemas -. Se corrió al
otro lado de la cama y se levantó. Estaba desnudo excepto
por sus pantalones de cuero y unos pocos vendajes. Ella
debía haberlo desvestido y curado sus heridas. Ese
pensamiento lo hizo sentir un poco extraño. Nunca nadie se
había tomado la molestia de cuidarlo cuando estaba
herido.

¿Por qué lo haría ella?

Aún Acheron y Nick lo habían dejado por su
cuenta después de que hubiera sido herido en Nueva
Orleáns. Lo mejor que le ofrecieron fue llevarlo hasta su
casa así él podía sanar en
soledad.

Por supuesto, le podrían haber ofrecido
más si hubiese sido un poco menos hostil con ellos, pero
ser hostil era lo que mejor hacia.

Zarek encontró sus ropas dobladas en una silla
mecedora al lado de la ventana. A pesar de las dolorosas
protestas de sus músculos, empezó a
ponérselas encima. Sus poderes de Cazador Oscuro le
habían permitido cicatrizar la mayoría de las
heridas mientras dormía, pero no estaba en tan buen forma
como debería haberlo estado si un Dream Hunter lo hubiera
ayudado. A menudo iban con los Cazadores Oscuros heridos para
sanarlos durante su sueño, pero no con Zarek.

Los asustaba tanto como asustaba a todos los
demás.

Entonces, había aprendido a tomar sus golpes y
ocuparse del dolor. Lo cuál estaba bien para él. No
le gustaban las personas, inmortales o de otro tipo, cerca
suyo.

La vida era mejor estando solo.

Hizo una mueca cuando divisó el hueco en la parte
de atrás de su camisa donde la explosión de la
escopeta lo había golpeado.

Sip, la vida era definitivamente mejor estando solo. A
diferencia de su "amigo" no podía pegarse un tiro en la
espalda, aún si lo quisiera.

-¿Estás levantado? – preguntó la
mujer desconocida, con voz asombrada.
-¿Vistiéndote?

-No -dijo irritado. -Estoy meando tu alfombra.
¿Qué piensas que estoy haciendo?

-Soy ciega. Por lo que sé, realmente puedes estar
meando mi alfombra, que sea dicho de paso es muy bonita,
así que tengo la esperanza de que estés
bromeando.

Sintió una extraña punzada de
diversión en su contestación. Era rápida y
lista. A él le gustaba eso.

Pero no tenía tiempo que perder. -Mira,
señorita, no sé cómo me trajiste aquí
dentro, pero lo aprecio. Sin embargo, tengo que emprender la
marcha. Créeme, estarás muy arrepentida si no lo
hiciera.

Ella se obligó a alejarse de la cama ante sus
palabras hostiles y fue en ese momento que él se
percató que lo había expresado con un
gruñido.

-Hay una ventisca muy fuerte afuera -dijo ella, con voz
menos amigable que antes. -Nadie va a ser capaz de salir a
cualquier lado por un tiempo.

Zarek no podía creerlo hasta que apartó
las cortinas de la ventana. La nieve caía tan
rápida y gruesa que parecía una densa pared
blanca.

Maldijo por lo bajo. Entonces más fuerte
preguntó, -¿por cuánto tiempo ha estado
así?

-Las últimas horas.

Apretó los dientes en tanto se percataba que
estaba atascado allí.

Con ella.

Esto no era realmente bueno, pero al menos
evitaría que los demás estuvieran
rastreándolo. Con suerte la nieve escondería sus
huellas y sabía, de hecho, que Jess odiaba el
frío.

Por lo que respectaba a Thanatos, bien, dado su nombre,
su lenguaje, y su aspecto general, Zarek daba por hecho que
también era un mediterráneo antiguo, y eso le
decía a Zarek que todavía tenía una ventaja
sobre los dos. Había aprendido hacía siglos,
cómo moverse rápidamente sobre la nieve y
qué peligros evitar.

¿Quién podría haber sabido que
novecientos años en Alaska, realmente le
convendrían algún día?

-¿Cómo puedes estar parado y
moviéndote?

Su pregunta lo sobresaltó.
-¿Perdón?

-Estabas gravemente herido cuando te traje hace unos
días. ¿Cómo puedes estar moviéndote
ahora?

-¿Unos días? -preguntó, estupefacto
por sus palabras. Pasó las manos sobre su cara y
sintió su barba gruesa. Mierda. Habían
sido
días. -¿Cuántos?

-Casi cinco.

Su corazón se aceleró.
¿Había estado aquí por cuatro días y
no lo habían encontrado? ¿Cómo era eso
posible?

Frunció el ceño. Algo acerca de esto no
parecía estar bien.

-Pensé que sentí una herida de bala en tu
espalda.

Ignorando el hueco abierto en la camisa, Zarek se puso
encima su camiseta negra. Estaba seguro que había sido
Jess quien le había disparado. Las escopetas eran el arma
preferida del vaquero. Su único consuelo era pensar que
Jess estaría tan dolorido como él. A menos que
Artemisa hubiera levantado su prohibición. Entonces el
bastardo no sentiría nada más que
satisfacción.

-No era una herida de bala -mintió. -Sólo
me caí.

-Sin intención de ofenderte, pero tendrías
que haber caído del Monte Everest para tener esas
heridas.

-Sí, puede ser que la próxima vez recuerde
llevar el equipo para escalar conmigo.

Ella lo miró con ceño.
-¿Estás burlándote de mí?

-No -contestó honestamente. -Sólo que no
quiero pensar en lo que sucedió.

Astrid inclinó la cabeza asintiendo, mientras
trataba de percibir más acerca de este hombre enojado, que
parecía no poder hablar sin gruñirla.
Despiértate, él esta muy lejos de ser
agradable.

Había estado cerca de la muerte cuando Sasha lo
había encontrado. Nadie debería ser golpeado y
disparado en semejante forma, para luego ser dejado morir como
él lo había sido.

¿Qué habían estado pensando los
Escuderos?

Ella estaba asombrada que este Cazador Oscuro
descarriado pudiera estar parado del todo aún
después de cuatro días de descanso.

Semejante tratamiento era inhumano e impropio de esos
que habían declarado bajo juramento proteger al
género humano. Si un humano hubiera encontrado a Zarek,
entonces su cubierta se habría arruinado por la
imprudencia de ellos, y los humanos se habrían enterado de
su inmortalidad.

Era algo que tenía la intención de
informarle a Acheron.

Pero eso vendría más tarde. Por ahora,
Zarek estaba levantado y en movimiento. Su vida inmortal o su
muerte estaban completamente en sus manos y tenía la
intención de probarlo con creces para ver simplemente
qué tipo de hombre era.

¿Tenía algo de compasión dentro de
él o estaba tan vacío como ella lo
estaba?

Su trabajo era ser el epítome de las cosas que
conducían a Zarek hacia el enojo. Lo empujaría a su
nivel de tolerancia y aún más allá para ver
que hacía él.

Si podía controlarse con ella, entonces lo
evaluaría inofensivo y cuerdo.

Si la zamarreaba con intención de lastimarla de
alguna forma, entonces lo juzgaría culpable y
moriría.

Que comiencen las pruebas…

Rápidamente examinó en su mente, lo poco
que sabía de él. A Zarek no le gustaba hablar con
las personas. No le gustaban los ricos.

Sobre todo, aborrecía ser tocado o que le dieran
órdenes.

Así es que resolvió presionar su primer
botón con conversación despreocupada.

-¿De qué color es tu pelo?
-preguntó. La pregunta aparentemente innocua trajo a su
memoria, la forma en que lo había sentido bajo sus manos
mientras le limpiaba la sangre.

Su pelo había sido suave, liso. Se había
deslizado sensualmente por sus dedos, acariciándolos. De
la percepción de eso, supo que no era demasiado corto o
demasiado largo, probablemente caía sobre sus hombros
cuando lo peinaba.

-¿Perdón? -sonó asombrado por su
pregunta y por una vez no gruñó las
palabras.

Tenía una bella voz. Rica y profunda. Resonaba
con su acento griego, y cada vez que hablaba, enviaba un
escalofrío extraño a través de ella. Nunca
había oído a un hombre tener una voz tan
innatamente masculina.

-Tu pelo -repitió ella. -Me preguntaba qué
color es.

-¿Por qué te importa? -preguntó
belicosamente.

Ella se encogió de hombros. -Sólo
curiosidad. Paso mucho tiempo sola y aunque realmente no recuerdo
los colores, trato de describirlos de cualquier manera. Mi
hermana, Cloie, una vez me dio un libro que decía que cada
color tenía una textura y una sensación. El rojo,
por ejemplo, decía que era caliente y agitado.

Zarek la miró ceñudamente. Ésta era
una conversación extraña, pero bueno, él
había pasado bastante tiempo solo para entender la
necesidad de hablar cualquier cosa, con cualquiera que estuviese
el suficiente tiempo como para tomarse la molestia. -Es
negro.

-Lo pensé.

-¿Lo hiciste? -preguntó antes de poderse
detener.

Ella inclinó la cabeza asintiendo mientras
rodeaba la cama y se acercaba a él. Se paró tan
cerca que sus cuerpos casi se tocaban. Sintió un
extraño impulso por tocarla. Por ver si su piel era tan
suave como parecía.

Dioses, ella era bella.

Su cuerpo era ágil y alto, sus pechos
llenarían perfectamente sus manos. Había pasado un
largo tiempo desde la última vez que había tenido
sexo con una mujer. Una eternidad desde que hubiera estado
así de cerca de una sin saborear su sangre.

Juraba que podía saborear la de ella ahora.
Sentir su corazón latiendo contra sus labios mientras
bebía y al mismo tiempo sentir que sus emociones y
sentimientos se vertían en él, llenándolo
con algo más que entumecimiento y dolor.

Si bien beber sangre humana estaba prohibido, era lo
único que alguna vez le había dado placer. Lo
único que enterraba el dolor dentro de él y le
permitía experimentar esperanzas,
sueños.

Lo único que le permitía sentirse
humano.

Y él quería sentirse humano.

Quería sentirla a ella.

-Tu pelo es fresco y sedoso -dijo ella suavemente, -como
terciopelo de medianoche.

Sus palabras hicieron que su erección se tensara
de necesidad y deseo.

Fresco y sedoso.

Le hizo pensar en sus piernas deslizándose contra
él. En la piel delicada, femenina que cubría sus
caderas y muslos. La forma en que se sentirían contra sus
piernas mientras penetraba en ella.

Su respiración se entrecortó,
imaginó cómo sería deslizar esos
descoloridos jeans apretados, por sus largas piernas y
extenderlas completamente. Correr su mano a través de sus
cortos, crespos pelos hasta tocarla íntimamente,
acariciándola hasta que sus dulces jugos recubrieran sus
dedos mientras ella murmuraba en su oído y se frotaba
contra él.

Cómo sería acostarla en la cama, yacer
detrás de ella y hundirse profundamente en su interior
caliente y mojado hasta que ambos llegaran al
clímax.

Sentir su boca en su cuerpo.

Sus manos tanteándolo.

Ella extendió la mano para tocarle.

Incapaz de moverse por la fuerza de su fantasía,
Zarek se quedó perfectamente quieto mientras ella colocaba
su mano en su hombro. El olor de mujer, humo, y rosas lo
invadió y sintió una necesidad desesperada de bajar
la cabeza y enterrar su cara en su piel cremosa, y sólo
inspirar su dulce perfume. Hundir los colmillos en su suave,
tierno cuello y probar la fuerza vital dentro de ella.

Inconscientemente, abrió sus labios, descubriendo
sus colmillos.

Su necesidad por ella era casi apabullante.

Pero ni de cerca tan exigente como el deseo de tocar su
cuerpo.

-Eres más alto de lo que pensé que
serías -. Ella siguió la curva de sus
bíceps. Escalofríos lo recorrieron mientras se
endurecía aún más.

La deseaba. Mal.

Muérdela.

Su lobo gruñó.

Zarek lo ignoró mientras continuaba
mirándola.

Sus asuntos con mujeres habían sido siempre
breves y apresurados. Nunca había permitido a una mujer
mirarlo a la cara o tocarlo mientras tenían relaciones
sexuales.

Siempre había tomado a sus mujeres en todas las
formas posibles desde atrás, furioso y rápido como
un animal. Nunca había querido pasar un tiempo con ellas
aparte del que necesitaba para saciar su cuerpo.

Pero él fácilmente podía verse
tomando a esta desconocida en sus brazos y penetrarla, cara a
cara. Sintiendo su respiración en su piel mientras la
montaba despacio y duro, durante toda la noche, bebiendo de
ella…

No habló mientras ella rozaba con la mano su
brazo y no podía imaginar por qué no la apartaba de
un empujón lejos de él.

Por alguna razón, ella lo mantenía
inmóvil con su toque.

Su pesada erección ardía de cruel
necesidad. Si no lo supiese mejor, juraría que ella lo
animaba a propósito.

Pero había una inocencia en su toque que le
decía que ella sólo quería "verle". No
había nada sexual en esto.

Al menos no de su lado.

Zarek se alejó y puso un metro de distancia entre
ellos.

Él tenía que hacerlo.

Un minuto más y la tendría desnuda en esa
cama y a su merced…

No es que él tuviese compasión por
alguien.

Ella dejó caer su mano y se quedó quieta
como si esperara que la tocara.

No lo hizo. Un toque y sería el animal que todos
pensaban que era.

-¿Cuál es tu nombre? -formuló la
pregunta antes de poder detenerse.

Ella le ofreció una sonrisa amistosa que
sacudió su erección. -Astrid. ¿Y el
tuyo?

-Zarek.

Su sonrisa se amplió. –Eres griego.
Pensé eso por tu acento.

Su lobo giró en torno a sus pies y se
sentó al lado de ella para escudriñarlo.
Relampagueando sus dientes amenazadoramente.

Realmente comenzaba a odiar a ese animal.

-¿Quieres algo, Zarek?

Sí, gatea desnuda a esa cama y deja que te
viole hasta el amanecer.

Tragó ante el pensamiento y su erección se
tensó aún más al sonido de su nombre en sus
labios.

No podía haber estado más duro si ella le
hubiera estado acariciando con su mano.

Su boca…

¿Qué estaba mal con él?
¿Estaba corriendo por su vida y lo único que
podía pensar era en sexo?

Estaba siendo un idiota total.

-No, gracias -dijo. -Estoy bien.

Su estómago retumbó,
traicionándolo.

-Suenas hambriento.

Muerto de hambre, para ser honestos, pero en este
mismísimo momento deseaba ardientemente el sabor de ella
mucho más que el de la comida.

– Sí. Supongo que lo estoy.

-Vamos -le dijo ella, extendiendo la mano. -Puedo ser
ciega, pero puedo cocinar. Prometo que a menos que Sasha haya
movido las cosas en la cocina, no he envenenado mi
estofado.

Zarek no tomó su mano.

Ella tragó como si estuviera nerviosa o
abochornada, luego dejó caer la mano y salió del
cuarto.

Sasha le gruñó otra vez.

Zarek gruñó en respuesta y golpeó
con el pie al perro molesto, quien lo miraba como si no quisiese
nada más que arrancarle su pierna.

Percibió el gesto de censura en la cara de Astrid
mientras ella se detenía en la puerta y se devolvía
hacia ellos. -¿Estás siendo malo con
Sasha?

-No. Solo le devuelvo el saludo -. Las orejas del lobo
estaban erguidas hacia atrás como lanzándolo de la
habitación. -Parece que no le gusto mucho a Rin Tin
Tin[10]

Ella se encogió de hombros. -A él no le
gusta mucho nadie. Algunas veces ni siquiera yo.

Astrid cambió de dirección y se
dirigió hacia el vestíbulo con Zarek detrás
de ella. Había algo muy siniestro acerca de este hombre.
Mortífero. Y no era solamente la fuerza que ella
había sentido en su brazo cuando lo
tocó.

Exudaba una oscuridad antinatural que parecía
alertar a todo el mundo, aún a los ciegos, de mantenerse
alejados. Ese era más que nada a lo que Sasha reaccionaba.
Era sumamente desconcertante.

Aún atemorizante.

Tal vez Artemisa estaba en lo correcto. Tal vez
debería juzgarlo culpable y regresar a casa…

Pero no la había atacado. Al menos, no
todavía.

Astrid lo dejó ante la barra del desayunador en
donde tenía tres banquetas. Sus hermanas las habían
colocado allí más temprano cuando habían
venido a visitarla y advertirla sobre su última
asignación.

Todas sus hermanas, las tres, habían estado
sumamente descontentas con su decisión de juzgar a Zarek
para su madre, pero al final, no habían tenido más
elección que dejarla hacer su trabajo.

Para la eterna consternación de ellas,
había algunas cosas que ni aún los Destinos
podían controlar.

El libre albedrío era una de esas.

-¿Te gusta el estofado de carne? -preguntó
a Zarek.

-No soy muy exigente. Estoy simplemente agradecido por
tener algo caliente que no tenga que cocinarlo yo
mismo.

Ella notó la amargura en su voz. -¿Lo
haces mucho?

Él no contestó.

Astrid anduvo a tientas hacia la cocina.

Como se acercaba mucho a la olla, Zarek repentinamente
estuvo allí, agarrando su mano y haciéndola para
atrás. Se había movido tan rápido y
silenciosamente que ella se quedó sin aliento,
sobresaltada.

Su velocidad y su fuerza la hicieron detenerse. Este
hombre realmente la podía lastimar si así lo
quisiera, y dado lo que ella tenía planeado para
él, era algo a tener en cuenta.

-Déjame hacer eso -dijo él
agudamente.

Ella tragó ante la cólera injustificada de
su tono. -No estoy imposibilitada. Hago esto todo el
tiempo.

Él la soltó. -Estupendo, quema tu mano
entonces, no me importa -se alejó de ella.

-¿Sasha? -llamó.

Su lobo fue a su lado y se apoyó contra su pierna
para hacerle saber donde estaba. Arrodillándose,
tomó su cabeza entre sus manos y cerró los
ojos.

Extendiéndose con su mente, se conectaba con
Sasha para utilizar su visión como propia. Vio a Zarek
regresando a la barra y tuvo que esforzarse para no quedarse sin
aliento.

Asustada que su aspecto pudiera influir en su
opinión acerca de su carácter, antes de tener la
posibilidad de interactuar con él, no había usado
antes, a Sasha para verle.

Ahora ella supo qué tan correcta había
estado.

Zarek era increíblemente guapo. Su largo pelo
negro y lacio, colgaba un poco más abajo de sus hombros
anchos. El cuello negro de tortuga que traía puesto se
pegaba a un cuerpo que ondeaba con precisión los
tonificados músculos. Su cara era delgada y adecuadamente
esculpida. Los planos de ella, aún cubierta por la barba,
eran un estudio de perfectas proporciones masculinas. Si bien
él no era bonito, era misteriosamente guapo. Casi
de apariencia siniestra, excepto por sus largas pestañas
negras y sus labios firmes que le suavizaban la cara.

Y cuando tomó asiento, tuvo una vista
espectacular de un trasero bien formado cubierto por
cuero.

¡El hombre era un dios!

Pero lo que la golpeó más cuando se
sentó en la banqueta y clavó los ojos en la barra,
fue la tristeza profunda que había en sus ojos de
medianoche. La sombra obsesionada que revoloteaba
allí.

Se veía cansado. Perdido.

Sobre todo, se veía terriblemente
solo.

Él los recorrió con la mirada y
frunció el ceño.

Astrid palmeó la cabeza de Sasha y le dio un
abrazo como si nada en particular hubiese ocurrido. Esperaba que
Zarek no tuviese idea sobre qué había estado
haciendo.

Sus hermanas le habían advertido que este Cazador
Oscuro en particular tenía poderes extremos como
telequinesia y audición refinada, pero ninguna de ellas
sabía si podía sentir sus poderes
limitados.

Ella estaba agradecida que no fuese telepático.
Eso le habría hecho el trabajo infinitamente más
complicado.

Ella se puso de pie y fue al gabinete para sacar un
tazón para Zarek, y muy cuidadosamente, sirvió el
estofado. Luego se lo llevó a la barra, no lejos de donde
Zarek había estado.

Él extendió la mano y tomó el
tazón de ella. -¿Vives sola?

-Solo Sasha y yo -se preguntó por qué le
había preguntado eso.

Su hermana Cloie le había advertido que Zarek
podía ponerse violento con poca provocación. Que
era conocido por atacar a Acheron y a cualquier otro que se le
acercara.

El rumor de los Dark-Hunters decía que su exilio
en Alaska se había debido a que había destruido un
pueblo del cual había sido responsable. Nadie sabía
por qué. Sólo que una noche había perdido la
razón y había asesinado a toda la gente de
allí, luego había echado abajo las
casas.

Sus hermanas se habían rehusado a explicar en
detalle lo que había sucedido esa noche por miedo de
predisponer su punto de vista.

Por el delito cometido por Zarek, Artemisa lo
había desterrado a la congelada tierra salvaje.

¿Podía Zarek estar curioso acerca de su
forma de vida o había allí una razón
más siniestra para su pregunta?

-¿Te gustaría algo para beber? -le
preguntó.

-Seguro.

-¿Qué prefieres?

-No me importa.

Ella negó con la cabeza ante sus palabras.
-¿No eres muy exigente, no?

Ella lo oyó aclararse la voz. -No.

-No me gusta la forma en que te
mira.

Ella arqueó una ceja ante las enojadas palabras
de Sasha en su cabeza. –A ti no te gusta la forma en que mira
cualquier hombre.

El lobo se mofó. -Cálmate, él
no ha apartado su vista de ti, Astrid. Te está mirando en
este momento. Su cabeza esta inclinada hacia abajo, pero hay
lujuria en sus ojos cuando clava la mirada en ti. Como si ya te
pudiera sentir bajo él. No confío en él o en
su mirada. Su mirada es demasiado intensa. ¿Lo puedo
morder?

Por alguna razón, al saber que Zarek la estaba
mirando sintió elevarse la temperatura y se
estremeció. -No, Sasha. Sé
simpático.

-No quiero ser simpático, Astrid. Cada
instinto que tengo me dice que lo muerda. Si tienes algún
respeto por mis habilidades animales, déjame ponerlo en el
suelo ahora y así nos ahorrarnos diez días
más en este frío lugar.

Ella negó con la cabeza. -Recién lo
encontramos, Sasha. ¿Que habría ocurrido si Lera te
hubiera estimado culpable en su primer encuentro contigo hace
tantos siglos?

-¿Así que crees en la bondad otra
vez?

Astrid hizo una pausa. No, ella no lo hacía.
Probablemente Zarek merecía morir, especialmente si la
mitad de lo que le habían sido dicho era
verdad.

Y aún así la alusión de Acheron la
perseguía.

-Le debo a Acheron más que diez minutos de mi
tiempo.

Sasha se mofó.

Vertió té caliente en una taza y se lo
llevó a Zarek. -Es té de romero, ¿esta
bien?

-Lo que sea.

Cuando lo tomó de su mano, sintió el calor
de sus dedos rozando los de ella.

Una increíble ráfaga la traspasó.
Ella sintió su sorpresa. Su necesidad ardiente. Su hambre
no saciada.

Eso realmente la asustó. Éste era un
hombre capaz de cualquier cosa. Uno con poderes como los
dioses.

Podía hacerle cualquier cosa que
quisiera…

Necesitaba distraerlo.

Y a ella también.

-Entonces, ¿qué te ocurrió
realmente? -preguntó, preguntándose si
violaría el Código de Silencio, contándole
que era buscado por los demás.

-Nada.

-Bueno, espero nunca atravesarme con NADA si es capaz de
hacer un agujero en mi espalda.

Lo escuchó levantar su té, pero no
habló.

-Deberías ser más cuidadoso -le
dijo.

-Créeme, no soy el que necesita ser cuidadoso -su
voz fue siniestra cuando dijo esas palabras, reforzando su
letalidad.

-¿Estás amenazándome?
-preguntó.

Otra vez no dijo nada. El hombre era una pared total de
silencio.

Así es que ella lo presionó otra vez.
-¿Tienes a alguien al que necesitemos llamar y dejarlos
saber que estás bien?

-No -dijo con tono vacío.

Ella asintió mientras pensaba en eso. A Zarek
nunca le habían concedido un Escudero.

No podía imaginar ser desterrado en la forma que
Zarek lo había sido. En el tiempo de su
encarcelación, esta área del mundo había
estado muy escasamente poblada.

El clima áspero. Inhospitalario. Desolado.
Frió y sombrío.

Ella sólo había estado viviendo
aquí unos cuantos días y le había costado
acostumbrarse. Pero al menos tenía a su madre, hermanas, y
a Sasha para ayudarla a adaptarse.

A Zarek se le había negado tener a
alguien.

Mientras a otros Cazadores Oscuros les era permitido
tener compañeros y sirvientes, Zarek se había visto
forzado a resistir su existencia en la soledad.

Completamente solo.

No podía imaginar cómo debía haber
sufrido durante los siglos, luchando a través de los
días, sabiendo que nunca tendría un alivio temporal
de cualquier tipo.

No era extraño que estuviera demente.

Aún así, no era una excusa para su
comportamiento. Como le había dicho a ella más
temprano, todo el mundo tenía sus problemas.

Zarek terminó la comida y luego llevó los
platos al fregadero. Sin pensar, los lavó y los
enjuagó, luego los colocó al costado.

-No tenías que hacer eso. Los habría
limpiado.

Se secó las manos en el paño para secar
platos que ella tenía en la mesada.

-Hábito.

-Debes vivir solo, también.

-Sí.

Zarek la vio acercarse. Se movió a su lado otra
vez, invadiendo su espacio personal. Estaba desgarrado entre
querer seguir parado al lado de ella y querer maldecir su
cercanía.

Optó por apartarse. -Mira, ¿puedes
mantenerte lejos de mí?

-¿Te molesta que me acerque?

Más de lo que ella podía imaginar. Cuando
estaba junto a él, era fácil olvidar lo que era.
Era fácil fingir que era un ser humano que podía
ser normal.

Pero ese no era él.

Nunca lo había sido.

-Sí, me molesta -dijo en tono bajo, amenazador.
-No me gusta que las personas se me acerquen.

-¿Por qué?

-Eso no es de tu maldita incumbencia, señora
-contestó bruscamente. -Simplemente no me gusta que la
gente me toque y no me gusta que ellos se me acerquen. Así
que retrocede y déjame tranquilo antes de que te
lastime.

El lobo le gruñó otra vez, más
ferozmente esta vez.

-Y tú, Kibbles[11]-le
gruñó al lobo, -ten una mejor canción para
mí. Un gruñido más y juro que voy a
castrarte con una cuchara.

-Sasha, ven aquí.

Él observó como el lobo iba
instantáneamente a su lado.

-Siento que nos encuentres tan molestos -dijo ella.
-Pero ya que vamos a estar atrapados por un tiempo,
podrías hacer un intento y ser algo más sociable.
Al menos ser mínimamente cortés.

Tal vez ella tuviera razón. Pero lo malo era que
no sabía como ser sociable, mucho menos cortés.
Nadie, nunca, había querido conversar tanto con él
en su vida humana o de Cazador Oscuro.

Aún cuando se había suscripto en el sitio
Web Cazador Oscuro.com para chatear, diez años
atrás, el otro, un antiguo Cazador Oscuro se había
lanzado y lo había atacado.

Él estaba exiliado. Las reglas de su exilio
requerían que ninguno de ellos le hablara.

Había sido suprimido del correo de los anuncios,
las salas de chat, aún de las conexiones
privadas.

Sólo había sido por accidente que
había tropezado con Jess, quien había estado en una
de las salas de juego esperando a que llegara su adversario Myst.
Demasiado joven para ser un Cazador Oscuro, no sabía que
no estaba permitido hablar con Zarek, Jess lo había
saludado como un amigo.

La novedad de eso había hecho a Zarek vulnerable
y así es que se encontró hablándole al
vaquero. Antes de darse cuenta, en cierta forma se habían
hecho amigos.

¿Y qué había obtenido de
eso?

Nada menos que un agujero de bala en la
espalda.

Olvídalo. No necesitaba hablar. No necesitaba
nada. Y lo último que quería era ser sociable con
una mujer humana que llamaría a la policía si
alguna vez se enteraba quién y qué era
él.

-Mira princesa, ésta no es una visita social. Tan
pronto como el clima lo permita, me iré de aquí.
Así es que solamente déjame solo las siguientes
horas y pretende que no estoy aquí.

Astrid resolvió echarse atrás un poco y
dejarlo acostumbrase a ella un poco más.

Él no lo sabía, pero iba a estar atrapado
aquí bastante más que unas pocas horas. Esta
tormenta no iba a menguar hasta que ella lo quisiera.

Por ahora, le daría tiempo para reflexionar y
reagruparse.

Todavía había otras pruebas que él
tenía que pasar. Pruebas en las que ella no
aflojaría.

Pero habría tiempo para eso más tarde.
Ahora mismo él aún estaba herido y
traicionado.

-Bien -dijo ella, -estaré en mi dormitorio si me
necesitas.

Dejó a Sasha en la cocina para
vigilarlo.

-No quiero vigilarlo –protestó
Sasha.

-Sasha, obedece.

-¿Qué ocurre si hace algo
repugnante?

-¡Sasha!

El lobo gruñó. -Bien. ¿Pero
puedo morder una parte pequeña de él?
¿Sólo para que tenga un saludable respeto por
mí?

-No.

-¿Por qué?

Ella hizo una pausa mientras entraba a su cuarto.
-Porque algo me dice que si lo atacas, entonces serás
tú el que respetará saludablemente
sus
poderes.

-Sí, claro.

-¡Sasha! Por favor.

-Bien, lo vigilo. Pero si él hace
cualquier cosa asquerosa, me voy de
aquí.

Ella suspiró ante su incorregible
compañero y se acostó en la cama para tratar de
descansar antes de que empezara la siguiente batalla de
voluntades con Zarek.

Astrid inspiró profundamente y cerró los
ojos. Se conectó otra vez con Sasha a fin de poder ver a
Zarek. Estaba de pie ante la ventana de adelante, mirando hacia
afuera, la nieve.

Ella vio la rasgadura en la parte de atrás de la
camisa. Vio el cansancio en su cara. Se veía desanimado y
al mismo tiempo determinado.

Sus rasgos parecían no tener edad. Una
sabiduría que en cierta forma se veía
contradictoria con su apariencia siniestra.

¿Quién eres, Zarek?. Se
preguntó silenciosamente.

La pregunta fue morbosamente seguida por otra. En los
siguientes días, ella conocería exactamente
quién y qué era él. Y si Artemisa
tenía razón y él era realmente amoral y
letal, entonces no dudaría en dejar a Sasha
matarle.

Capítulo 4

-Despiértate, Astrid. Tu criminal
sicótico esta jugando con cuchillos.

Astrid se despertó inmediatamente al escuchar la
voz de Sasha en su cabeza.

-¿Qué? -preguntó ella en voz alta
antes de darse cuenta. Se sentó en su cama.

Una imagen mental de Sasha brilló
intermitentemente en su mente. Vio a Zarek en su cocina,
registrando el cajón en donde tenía todos los
cuchillos.

Zarek sacó un cuchillo grande de carnicero, luego
probó el borde con su pulgar. Ella frunció el
ceño ante la acción.

¿Qué estaba haciendo?

Dejó a un lado el cuchillo y regresó a los
demás en el cajón.

Sasha gruñó.

-Cállate, Scooby -gruño Zarek. Le
echó a Sasha una mirada feroz y cruel, que contenía
más veneno que una serpiente de cascabel. -¿Te he
dicho alguna vez cuánto me gusta el estofado de perro?
Tienes suficiente carne para que me dure una semana.

Sasha avanzó.

-¡Alto! Ella irrumpió mentalmente
en su compañero.

-Vamos, Astrid. Déjame morderlo. Una sola
vez.

-No, Sasha. Retírate.

Lo hizo, pero de mala gana. Dio un paso atrás,
sus ojos nunca dejando a Zarek, quien sacó un
pequeño cuchillo de pelar. Zarek pasó el dedo por
el borde otra vez, mirando a Sasha. Podía ver el brillo en
los ojos de medianoche de Zarek, que decían que él
realmente consideraba usar el cuchillo en su
compañero.

Finalmente, devolvió el cuchillo de carnicero al
cajón, luego llevó el cuchillo de pelar a la
sala.

El ceño fruncido de Astrid se hizo más
hondo mientras Zarek iba hasta la pila de leña al lado de
la chimenea y extraía un pedazo grande de madera. La
llevó al sofá y se sentó.

Ignorando a Sasha, quien lo había seguido a cada
paso y finalmente había terminado sentándose cerca
de sus pies, Zarek comenzó a tallar la madera.

Astrid estaba atravesada por sus acciones
inesperadas.

Se sentó allí por incontables minutos, en
silencio total, trabajando en el trozo. Pero lo que la
asombró aún más que su conducta paciente y
silenciosa, era ver como el lobo que estaba tallando tomaba forma
real. Iba de un pedazo de madera a un parecido notable de Sasha
en muy poco tiempo.

Inclusive Sasha había levantado su cabeza para
observar.

Las manos de Zarek movían el cuchillo sobre la
madera con una gracia experta. Se detenía sólo a
veces, cuando levantaba la mirada para comparar la pieza con
Sasha.

El hombre era un artista sumamente talentoso y su
talento parecía completamente contrario a lo que
sabía de él.

Astrid intrigada, se encontró levantándose
y regresando a la sala de estar. Sus movimientos rompieron su
conexión mental con Sasha. Caminar siempre lo
hacía. Ella sólo podía usar su vista siempre
y cuando estuviera perfectamente quieta.

Zarek levantó la mirada en tanto sentía el
aire detrás de él agitarse.

Hizo una pausa mientras contemplaba a Astrid y ella se
quedó sin respiración. No acostumbrado a tener
personas en una casa con él, no estaba seguro si
debía saludarla o debía guardar
silencio.

Optó por sólo mirarla.

Ella era tan femenina y bella. Tenia el tipo de Sharon,
sólo que había una sensación de
vulnerabilidad en ella de la que Sharon carecía. Sharon
poseía una boca inteligente que podía rivalizar con
la suya y sus años como madre soltera habían dejado
un filo muy duro en ella. Pero no en Astrid. Ella tenía
ese tipo de tierna suavidad que causaría a algunas
personas tomaran ventaja de ella o la victimizaran.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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